GRANDES BATALLAS DE AZEROTH: LA SEGUNDA GUERRA – BATALLA EN QUEL’THALAS

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Correcciones: Abidormi

¡Arden los bosques de Quel’thalas! La Horda asedia Lunargenta y la Alianza marcha a toda prisa para salvar a los elfos. ¡La tercera batalla de la Segunda Guerra está por comenzar!

La siguiente información proviene principalmente de la novela oficial de la Segunda Guerra: “Mareas Tenebrosas” y se ha complementado con información de Warcraft: Crónicas 2 que en algunos puntos retconea/reescribe detalles de la trama.

ANTECEDENTES

Con las fuerzas de la Alianza ocupadas en las Tierras del Interior, Orgrim lideró a la mitad restante de la Horda a Quel’thalas sin oposición. En el camino, Zul’jin visitó la capital Amani, Zul’Aman, para reunir a sus fuerzas. Allí, motivó a su pueblo con la promesa de derramar sangre élfica. Miles de troles adornados con talismanes encantados, tatuajes de rituales, marcharon desde Zul’Aman y tomaron su lugar junto a la Horda de Orgrim.

Un ejército cuyas proporciones no habían sido vistas por los elfos desde las Guerras Trol, se alzó sobre los bordes de Quel’thalas. En poco tiempo la Horda diezmó las posesiones exteriores del reino. Mientras que Orgrim avanzaba hacia el norte, se percató de que muchos de sus Caballeros de la Muerte y doctores-brujo Amani eran incapaces de utilizar su magia. Eventualmente, Gul’dan descubrió aquello que estaba debilitando sus poderes.

Hace miles de años, tras la Guerra de los Ancestros y la fundación del reino de Quel’thalas, los elfos habían levantado una poderosa barrera alrededor de sus tierras. Esta era llamada “Ban’dinoriel”, la puerta. El escudo estaba ligado a una serie de Piedras Rúnicas, reliquias que prevenían que la Legión Ardiente y otros extranjeros pudieran detectar las magias arcanas utilizadas por los elfos. Asimismo, eran capaces de debilitar los poderes de sus enemigos, como los troles Amani. Gul’dan afirmó que desmantelando una de las Piedras Rúnicas interrumpiría la barrera y restauraría el uso de la magia en las fuerzas de la Horda. Además, propuso utilizar la reliquia desmantelada para fortalecer a la Horda en el asedio de Quel’thalas.

Tras la aprobación, Gul’dan y su clan de brujos Cazatormentas desmantelaron rápidamente una de las Piedras Rúnicas. Cincelaron la reliquia monolítica para construir estructuras conocidas como Altares de Tormenta. Gul’dan conjuró un antiguo ritual utilizado por los ogros de Gran Magullador en Draenor, quienes habían encontrado una forma de empoderar a miembros de su propia raza. Canalizando energía arcana cruda en ogros regulares, podían transformarlos en ogros hechiceros de dos cabezas y altamente inteligentes. Pocos ogros conocían esta técnica, pero Cho’gall era uno de ellos. Él mismo escogió a los ogros más brutos y supervisó sus transformaciones. En poco tiempo, poderosos ogros de dos cabezas emergieron de los altares. Eran tan poderosos como Gul’dan esperaba, y también tan leales a él como deseaba.

Con las Piedras Rúnicas profanadas, los hechiceros de la Horda recuperaron sus poderes. Las fuerzas de Orgrim avanzaron hacia la capital de Quel’thalas, Lunargenta. Aterrorizaron a los habitantes y saquearon los poblados que se interponían en su camino, asesinando a cada elfo que encontrasen dentro.

Tras días de acelerada marcha, Turalyon y la mitad de las fuerzas de la Alianza llegaron al borde de Quel’thalas. Desde allí, observaron distintos focos de incendios que consumían los bosques. La Horda le estaba prendiendo fuego al reino.

Turalyon ordenó a Alleria adelantarse e informar al rey Anasterian sobre lo que estaba ocurriendo. Mientras tanto, la Alianza se prepararía para atacar a la Horda. Con rapidez, la forestal se adentró en territorio élfico y al llegar a Lunargenta informó a los nobles. Anasterian se había mostrado convencido de que la Horda nunca sería una amenaza para Quel’thalas y por eso había considerado que la Alianza no era un asunto de su incumbencia, creyendo que estaban a salvo de cualquier cosa que ocurriera en el mundo exterior. Con asombro escucharon de Alleria que la Horda ya atravesaba las tierras del reino y asesinaban a su gente. 

Indignado con la noticia, el Rey Anasterian llamó a sus más grandes generales: Sylvanas, Halduron y Lor’themar, quienes comenzaron a preparar a sus fuerzas para resistir el asedio.

En el sur, Turalyon ordenó que los hechiceros de la Alianza convocaran una tormenta. En cuestión de minutos, un enorme temporal cayó sobre Quel’thalas y apagó el fuego con el que la Horda esperaba quemar los bosques. En un ambiente húmedo y con el enemigo cerca, la Alianza se movilizó en defensa de Lunargenta.

BATALLA

Desde el sur, las fuerzas de la Alianza dieron alcance a las de la Horda. Orgrim había posicionado a su gran ejército en campo abierto, y a poca distancia de Lunargenta preparaba el asedio de la ciudad. El tiempo estaba en contra de los elfos, quienes al haber sido sorprendidos, apenas comenzaban a organizar su defensa.

Turalyon tuvo que actuar. Confiando en que Alleria regresaría pronto con refuerzos, ordenó la carga sobre la retaguardia de la Horda. Liderando desde el frente, derribó a un orco con su martillo, a un segundo con el caballo y al tercero, que se le abalanzó encima, con un cabezazo. La tormenta caía sobre el campo y mojaba a los ejércitos de ambas facciones.

Orgrim respondió movilizando a sus fuerzas. Esta vez contaba con la ventaja del territorio a su favor, en campo abierto la Alianza no podría montar una defensa efectiva a su contraataque. Envió un grupo a que arremetiera contra el centro de la formación humana, mientras que el resto los flanqueaba por sus débiles costados.

En el norte, entre la ciudad de Lunargenta y el campo de batalla, Zul’jin había posicionado troles amani para que vigilaran los senderos y emboscaran a cualquier grupo de elfos que los cruzaran. No obstante, Alleria había informado de su presencia. Con trampas y engaños, las compañías de forestales de Sylvanas, Lor’themar y Halduron los hicieron salir de sus escondites y, sin dejarlos reaccionar, los aniquilaron con flechas y lanzas. El paso estaba ahora libre para apoyar a los humanos que luchaban por Quel’thalas.

Mientras tanto, la Alianza seguía resistiendo en los flancos. Orgrim ordenó que sus armas más recientes, los ogros magos, avanzaran al frente. Con asombro, Khadgar y Turalyon vieron aparecer a bestias colosales de dos cabezas, con el doble del tamaño de un orco y que en una sola mano podían portar martillos enormes. La primera de ellas aplastó a dos hombres con un sólo golpe, y arremetió contra otros cuatro que en cuestión de segundos salieron volando por los aires. Sin detenerse, el mismo ogro bicéfalo lanzó un hechizo y prendió fuego a un grupo de soldados aliados.

Turalyon eliminó a dos orcos con su martillo y se preparaba para hacer frente al ogro mago que se le acercaba, cuando repentinamente el colosal monstruo cayó inerte frente a él, a causa de lanzas que habían perforado sus cabezas. Las fuerzas de Quel’thalas habían llegado.

Del bosque cercano emergió hilera tras hilera de elfos con lanzas, escudos y armaduras pesadas. Turalyon derribó a otro orco mientras adaptaba su estrategia a los refuerzos que habían llegado, pero el problema era que los gritos y el caos de la batalla impedían la comunicación entre ambas fuerzas aliadas. Alleria, sin embargo, podía comunicarse a través de señas.

El líder humano ordenó aplastar a la Horda por ambos lados: los elfos debían replegarse a lo ancho y reforzar sus flancos a la par que los humanos harían lo mismo desde el sur. Las fuerzas de la Alianza comenzaron su ligero despliegue a fin de tener un mayor espacio para maniobrar. La Horda, por su parte, interpretó esto como una señal de debilidad y sin darse cuenta del avance de los elfos, creyeron que los humanos se estaban retirando.

Turalyon hizo retroceder a sus hombres y ordenó a varias unidades que mantuvieran a los orcos a raya mientras los demás abrían cierta distancia entre ellos y el enemigo. Después, envío a un tercio de sus tropas a cada flanco y les dijo que avanzaran. El resto se quedaron con él. Pudo ver que en la Horda cundía el desconcierto en cuanto se dio la vuelta y lideró la carga contra el mismo corazón de las fuerzas orcas.

En el extremo más alejado, los elfos se habían colocado de una forma similar. Mientras la Horda se preparaba para recibir el ataque de Turalyon, los elfos avanzaron, arremetieron con sus lanzas contra la hilera más retrasada de la vanguardia enemiga. Si bien muchos cayeron sin proferir grito alguno, unos cuantos lanzaron gritos ahogados o suspiros o gruñidos que hicieron que los demás se volvieran para ver qué era lo que había perturbado a sus camaradas. En cuanto los orcos se dieron cuenta de que estaban siendo acorralados por ambos frentes, se escuchó un grito desolador.

Varios guerreros orcos se giraron e intentaron huir corriendo al percatarse de que se hallaban atrapados en medio de dos ejércitos. Pero entonces, los flancos tanto de las fuerzas humanas como élficas se volvieron hacia dentro, bloqueando así su vía de escape. Los orcos se vieron obligados a quedarse y luchar, la mayoría lo hicieron felices y contentos, pues se dejaron llevar por la ira y la sed de sangre. Sin embargo, al estar rodeados de enemigos por doquier, de arcos y lanzas élficas, de espadas, hachas y martillos humanos, la Horda sufrió innumerables bajas.

La Alianza estaba ganando otra vez. Pese a que la Horda seguía superando en número a los soldados humanos y a los guerreros élficos, los orcos continuaban atrapados entre ambas fuerzas y luchaban de manera desordenada e indisciplinada, mientras que las fuerzas aliadas iban aprendiendo a colaborar de un modo más eficaz: los arqueros elfos primero lanzaban flechas de fuego sobre un grupo de orcos para menguar sus filas y desatar el caos en su seno, para que después los humanos arremetieran contra ellos, seguidos por los lanceros elfos, cuya misión era matar a los orcos, bloquearles el paso y evitar que se reagruparan y contraatacaran. Turalyon podía ver ya que se abrían algunos huecos en la Horda, los que ocupaban los elfos y la Alianza, y se expandían hasta dejar pequeños reductos de orcos entre ellos.

La situación era grave. Orgrim envió al resto de ogros al frente para romper la formación enemiga y poder escapar. Los ogros bicéfalos arremetieron contra las tropas aliadas y, con cada uno de sus golpes, se llevaron por delante unidades enteras. Al instante, Turalyon ordenó a sus hombres que retrocedieran y que dejaran que los elfos se ocuparan de esta nueva amenaza. Al primer ogro lo habían derrotado porque lo habían pillado por sorpresa, pero estos estaban preparados. Usaban sus garrotes para protegerse de las lluvias de flechas y las salvas de lanzas, así como para atizar a los elfos, de tal modo que esos esbeltos guerreros acababan volando por los aires. La Horda fue reagrupándose alrededor de esas descomunales figuras al mismo tiempo que más orcos llegaban por detrás de ellas, engrosando sus filas en gran número y volviendo rápidamente la batalla a su favor.

Entonces, de los cielos descendieron jinetes de grifo liderados por Kurdran. Una vez la situación había sido dominada por la Alianza en las Tierras del Interior, Lothar había enviado el apoyo aéreo a Quel’Thalas para reforzar a Turalyon.

Los jinetes de grifo lanzaron sus poderosos martillos tormenta y el firmamento reverberó con el bramido de truenos y relámpagos que impactaban contra los ogros bicéfalos, quienes caían inertes y aplastaban a los orcos más cercanos. Los humanos y los elfos se aprovecharon de ese caos para masacrar, a diestro y siniestro, a las fuerzas de la Horda que se encontraban dominadas por el pánico. Con el enemigo totalmente rodeado, la victoria definitiva parecía estar al alcance de la Alianza…

…Hasta que llegaron docenas de dragones. Los jinetes de grifo, que habían sido los primeros en detectarlos, cargaron en su dirección para evitar que hicieran daño a las fuerzas terrestres. Alertado por Kurdran, Turalyon ordenó la inmediata retirada de todas las fuerzas de la Alianza, incluyendo las de los elfos.

Los jinetes de grifos, al no tener experiencia luchando con tal enemigo, tuvieron que retirarse. Entonces, los orcos y sus monturas se abalanzaron sobre el ejército aliado bañándolos en fuego. El calor era tan intenso que acabó con toda la humedad causada por la tormenta e hizo arder los bosques de Quel’thalas.

La mayoría de la Alianza consiguió retirarse a unas colinas cercanas antes de que el fuego los envolviera. Pero con tristeza vieron que hasta donde alcanzaba la vista, Quel’Thalas estaba ardiendo. Los esclavizados dragones no disfrutaron la destrucción. Por el contrario, muchos lloraron al ver el horror que estaban causando.

Sylvanas Brisaveloz, hermana de Alleria y general de los forestales de Quel’thalas, lamentó que los ancianos de Lunargenta no hubieran respondido al llamado de Lothar y sólo hubieran prestado un apoyo simbólico a la Alianza. Entonces, comprometió sus fuerzas a Turalyon: el ejército de Quel’thalas era ahora parte oficial de la Alianza. Kurdran y sus Martillo Salvaje se reunieron con ellos y se comprometieron a encontrar alguna forma de vencer a los dragones.

Mientras tanto, con el enemigo fuera de su camino, Orgrim ordenó el ataque de Lunargenta. De inmediato, las tropas que habían resistido al ataque de la Alianza, tomaron sus armas y cargaron en dirección a la ciudad, con la escolta de los dragones.

Con la mayoría de los forestales junto a la Alianza, la ciudad apenas contaba con fuerzas para resistir el inminente ataque. Pero si bien el rey Anasterian no contaba con un arma para hacer frente a los dragones, tenía algo que podía impedir que la Horda penetrara en su ciudad. Los hechiceros convocaron un enorme escudo sobre la ciudad. Esta barrera obtenía su poder del Pozo del Sol, un fuente de magia que servía como el corazón de la cultura de Quel’thalas.

La Horda se estrelló una y otra vez contra la barrera, pero ésta no colapsó. Ni siquiera el fuego de los dragones pudo penetrarla. Tras reiterados y fallidos ataques, Orgrim estaba perdiendo la paciencia. Destruir la capital de los elfos nunca fue su prioridad, y ya había perdido muchas tropas por esa ciudad. Además, la Alianza se había reagrupado y en cuanto encontraran la forma de atravesar los bosques incendiados, le atacarían otra vez. Entonces, decidió cambiar de objetivo.

Aunque no había cumplido con lo que prometió a los Amani, entrar en Lunargenta parecía imposible. Orgrim retiró a sus tropas y les ordenó marchar hacia Lordaeron. Los caminos entre Lunargenta y Lordaeron estaban altamente vigilados, por lo que no era viable transitarlos. Al igual que hizo con Quel’thalas, llevaría a sus tropas por las montañas, atravesaría Alterac y sorprendería a los habitantes de Lordaeron. Pero los Amani se opusieron. Zul’jin le recordó que solo apoyarían a los orcos una vez Lunargenta ardiera y la cabeza del rey Anasterian estuviera en sus manos. La obstinación de Zul’jin enfurecía y preocupaba a Orgrim. Necesitaba a los Amani para que lo guiaran en una tierra que desconocía, y perder a sus aliados en un momento tan crítico podría ser fatal para la Horda.

Gul’dan sintió el miedo en Martillo Maldito y pensó que era la oportunidad de escapar de su control. Le convenció de que su clan de brujos había encontrado una nueva forma de destruir la barrera y que sólo necesitaría unos días. Una vez tuviera éxito, los Amani masacrarían a los elfos y se reunirían con el resto de la Horda en Lordaeron.

Orgrim estaba poco dispuesto a dejar parte de sus fuerzas en Quel’thalas, pero la mitad de la Alianza estaba protegiendo a los elfos y la otra mitad a los enanos en las Tierras del Interior. Lordaeron estaba vulnerable y era una oportunidad que no podía desperdiciar. Entonces, dejó al clan Cazatormentas de Gul’dan y el clan Martillo Crepuscular de Cho’gall. Junto a ellos dejó a los dragones y ordenó que ante cualquier desobediencia de Gul’dan, lo mataran. Con muchas menos tropas de las que había llegado, Martillo Maldito se retiró hacia las montañas.

Hace mucho que Turalyon y sus aliados sospechaban que la Horda quería atacar Lordaeron. Sus miedos se confirmaron cuando Orgrim y la mayoría de los orcos se marcharon repentinamente. Aunque algunos elementos de la Horda permanecían en Quel’thalas, Turalyon ordenó que la mayoría de sus fuerzas marcharan al oeste a toda velocidad. Con la mitad de la Alianza aún en las Tierras del Interior, era su deber proteger Lordaeron.

La batalla prosiguió con muchas menos fuerzas en ambos bandos: la Horda de tres clanes orcos y dragones junto a sus aliados Amani, contra las fuerzas defensivas de Lunargenta. Pese a estar constantemente bajo ataque, la barrera élfica no mostró ningún signo de estar sucumbiendo.

Pocos días luego de que Orgrim se marchara, Gul’dan reunió a sus aliados y reveló su plan de ir en busca de la Tumba de Sargeras. Prometió poder a todo aquel que le siguiera. Casi la totalidad del clan Cazatormentas y el Martillo Crepuscular se unieron a él. Los troles Amani y los orcos del clan Faucedraco se opusieron, pero ninguno de los dos bandos se atrevió a atacar por miedo a la mutua aniquilación. Finalmente, Gul’dan y sus rebeldes se retiraron hacia el sur, en búsqueda de los barcos que la Horda había dejado en Trabalomas.

El clan Faucedraco le había fallado al Jefe de Guerra. Ante la emergencia, tomaron sus cosas y junto a sus dragones se marcharon al oeste, para advertirle a Orgrim sobre la traición de los dos clanes. Con el abandono de sus aliados, sólo los Amani continuaron buscando una forma de penetrar la barrera de Quel’thalas.

El Rey Anasterian aprovechó la oportunidad y desde la ciudad lideró un ataque en contra del ejército trol. Sin el apoyo de dragones, hechiceros ni la fuerza bruta de los orcos, Zul’jin tuvo que resistir por su propia cuenta. El enfrentamiento era casi parejo, pero la magia dio ventaja a los elfos y con frustración, los Amani debieron abandonar el asedio y huir hacia el sur.

La batalla había sido costosa, pero Quel’thalas había resistido. La Alianza obtenía así la tercera victoria en la guerra…

…Pero Orgrim se encontraba ya en las montañas de Alterac, donde un pacto pondría en jaque a la Alianza de Lordaeron e iniciarían las dos batallas más importantes de la Segunda Guerra. Los riscos serán el centro de una próxima publicación de “Grandes Batallas de Azeroth: La Segunda Guerra”.

CONSECUENCIAS

• La retirada de Orgrim en medio del asedio de Lunargenta conllevaría a la definitiva ruptura de relaciones con los trols Amani, quienes no volverían a apoyarlo y con ello, la Horda perdería a miles de aliados necesarios.

• En su retirada hacia Alterac, una banda de orcos sedientos de sangre atacarían la Baronía de Bosque Negro, matando a todos sus habitantes y quemando el poblado principal, incluyendo a los señores: la familia Garithos. Othmar, el único hijo y sobreviviente, recibiría las noticias en Quel’thalas y culparía a los elfos por la muerte de su pueblo: si los humanos hubieran utilizado a sus ejércitos para defender a sus propias tierras en lugar de acudir al rescate de la raza que no le había interesado unirse a la Alianza en un principio, la Baronía no habría caído. Esto traerá grandes consecuencias en la tercera guerra, en la relación entre el futuro Mariscal Garithos y el Príncipe Kael. La retirada de Turalyon al rescate de Lordaeron también traerá consecuencias al interior de la Alianza. Anasterian utilizará esto como argumento para abandonar a la facción a pocos años acabada la Segunda Guerra. A sus ojos, los humanos abandonaron a los elfos en su peor momento. Muchos elfos no creyeron esto, puesto que la humanidad dejó todo por defender una nación a la que no le debían nada. Asimismo, muchos líderes elfos, entre ellos Lor’themar, acompañarían a Turalyon hasta Lordaeron en agradecimiento, aun cuando Lunargenta seguía bajo asedio. Esta división de opiniones se mantendría hasta la actualidad, habiendo Altos Elfos y Elfos del Vacío leales a la Alianza.

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